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  La arqueología argentina. Cómo revalorizar las culturas indígenas
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La arqueología argentina. Cómo revalorizar las culturas indígenas

Entrevista de Denise Najmanovich y Ana María Llamazares al arqueólogo argentino Alberto Rex González, publicada en el diario Página/12 el 15/8/1992 (selección).

Periodistas: A muchos argentinos, en particular a los porteños, se nos hace difícil imaginar un pasado precolombino, o incluso colonial, y trazar un hilo conductor desde estos antiguos pobladores de nuestro suelo hasta nosotros. En este sentido, ¿cómo ha sido la historia de la arqueología argentina teniendo en cuenta que nunca hemos tenido un interés muy profundo en la búsqueda de las raíces indígenas de nuestra cultura?

A. Rex González: Este punto es muy importante porque, extrañamente, la Argentina fue uno de los primeros países de Latinoamérica en desarrollar una arqueología científica de gran vuelo. Sin embargo, estas raíces indígenas no estaban en el centro de interés de los primeros arqueólogos, no buscaban un pasado identificado como propio, sino que estaban inspirados en el cientificismo del siglo pasado, en ese interés general, ecuménico, por la búsqueda global del pasado desde una perspectiva científica más bien abstracta. Esto se observa bien con el ejemplo de Ambrosetti, que fue el padre de nuestra arqueología. Aunque él trabajó en distintos sitios arqueológicos de nuestro Noroeste, nunca relacionó esas excavaciones con los pobladores actuales de la zona. Para él, esos restos eran un objeto científico, como los de Troya o cualquier otro sitio, pero no estaba interesado por los hombres creadores de esa cultura; tanto es así, que nunca se le ocurrió que los peones que estaban trabajando con él (que en esos lugares son de estirpe indígena casi pura) debían ser descendientes de los autores de esas obras. El objeto arqueológico, en esa época, era tomado meramente como un objeto científico y desprendido de su verdadero sentido humano. Solo recientemente los arqueólogos han incorporado esta dimensión cultural del objeto arqueológico. Es importante destacar que este período cientificista no es privativo de la arqueología, también tenemos importantes ejemplos en la etnografía (rama de la antropología que estudia los grupos indígenas vivientes). Algunos son terribles, como cuando —después de la Campaña del Desierto— se traen indígenas al Museo de La Plata y se los utiliza como peones para las tareas de limpieza. Cuando éstos mueren se mandan sus cuerpos a los laboratorios de la Facultad de Medicina para que les saquen el cerebro, el pelo, los huesos y luego sus restos vuelven al Museo porque siguen siendo “patrimonio” de éste. ¡Eran objetos, no eran seres humanos! Hoy, después de varias décadas, este carácter cientificista ha pasado a otro plano y —en general— hay conciencia de que estamos trabajando con restos de culturas humanas, que en muchos casos son restos de hombres de carne y hueso, como lo fueron el cacique Inacayal o el cacique Foyel, cuyos restos estaban en el museo. Aún hoy hay investigadores en los que prevalece el enfoque cientificista, tanto es así que cuando los descendientes de los caciques pidieron los restos al Museo de La Plata, se los negaron invocando el interés científico que tenían. Este problema todavía no se ha resuelto, pero muchos investigadores —entre los que me cuento— tenemos perfectamente definido que cuando se trata de seres con una historia que representan algo para su pueblo o su tribu, sus restos no pueden seguir siendo guardados en los museos como objetos de valor puramente científico.”

 
   
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